Quién no ha sentido unos ojos
escrutadores, una mirada con esperanza, o con la ansiedad de un cachorro que ve
llegar a su amo, éstas y más en un sólo sitio: la mesa de tu casa, en donde tu
Mamá te mira fijamente o se hace la desprevenida mientras espera tu reacción al
probar su comida.
Por esas cosas del destino, y de las
cosas que uno hace para ayudarle,
algunos meses atrás me vi obligado a cocinar casi todos los días. La
cocina no era ajena para mí, debido a que con mi Mamá tertulié siempre mientras
cocinaba, le ayudaba a abrir frascos y latas, era un catador de ingredientes
inimaginables para Ustedes, pues siempre me han gustado una que otra cosa
cruda, o en proceso de cocción, algunas listas pero sin terminar como lo dice
la receta; también porque en la mayoría de casas de familiares y amigos las
mejores visitas se hacían en las cocinas.
Cocinar es un reto con uno mismo,
con ese 'soy capaz' interior, con superarse, con atreverse sin necesidad de
escalar montañas o saltar con un paracaídas, es estar en un laboratorio -como
lo decía el Dr. Llanos en sus clases de química en el Colegio-, es ser inventor
(probablemente de lo que ya estaba inventado pero que desconocíamos hasta
hacerlo o deshacerlo).
En esta aventura culinaria todo
empieza por el mercado (haber sido asistente de carrito y chofer de mi mamá
también ayudó mucho en mi vida adulta), uno merca, sabe que hay, sabe qué puede
hacer. Ahora ¡haga!
Pero una cosa es ser un visitante
asiduo de la cocina para ‘asaltarla’, un roedor gigante, o un simple ingeniero
de frascos, que sabía hacer uno que otro plato, con una habilidad para abrir
latas tratando de mejorarlas para no saturar y dormir papilas de la monotonía
con la repetición de sabores, y otra es saber cocinar, además de hacerlo a diario
sin aburrir a los comensales.
Ya en el oficio fue que descubrí un
secreto, seguramente uno de muchos. ¿Cómo hacen y hacían nuestras Mamás para
estar siempre con la mejor actitud? No importaba cómo había sido la
despedida, ni el disgusto del día anterior; al regresar a casa siempre una cara
amable nos saludaba, y otra expectante nos recibía en la mesa, la de la
alquimista que quiere comprobar la aceptación de su fórmula.
El secreto para mí está en La
Cocina de Amor, le diría yo, a la mal llamada 'comidita casera', recetas
con mayor aceptación que la que se conoce como 'comida de autor', pues maneja
más comensales, se paga en unidades sentimentales y es la que se sirve en la
cadena de hoteles más grande del mundo: El Hotel Mama (mire en
dónde comen los dueños de uno de los mejores restaurantes del mundo http://losinformantes.noticiascaracol.com/el-celler-de-can-roca-estos-tres-hermanos-son-los-1347-historia).
La cocina es terapéutica, relaja,
como cualquier oficio que se quiere y que se hace con amor deja unos frutos
invaluables; seguramente muchas madres hacen el almuerzo al final de la mañana
por estos dos motivos: almuerzo fresco y spa relajante a la vez. Cuando llegan todos, ¡carita feliz!
Nadie conoce tantos secretos de una
casa como quien siempre está en ella, nadie quiere tanto a su casa como la (o
el) que le siente como su palacio; los llamados 'oficios de la casa' son hechos
con amor, es ahí donde empecé a descubrir ese secreto, de donde nace esa actitud
benevolente, de esas miradas generosas, de esos besos y abrazos protectores
después de una mañana contra reloj para tener el reino listo para la llegada de
los príncipes y consortes.
Camas, baños, salas, cuartos y
cubiertos limpios deben estar; almuerzo debe haber. Los primeros son tan obvios
que nadie agradece la gestión al respecto; el último tiene la opción de ser
reconocido. Y es ahí cuando se asoman de nuevo esas miradas.
Pero no se engañen, como el maestro
o el capacitador, la paga al cocinar con amor se recibe por adelantado: uno
mismo aprende, crece, da, lo utiliza como terapia. Si algún comensal emite un
"¡está muy rico!", aumenta la plusvalía; como cuando el instruido en
un salón se acerca porque quiere saber más. Si no, la terapia ya hizo lo suyo.
Tiene tan buena energía La Cocina de
Amor, que lo invito a que recuerde a alguien que haya visto cocinando de mal
genio, enojado, de mala gana... ¿Lo encontró? Difícilmente lo puede hacer
porque la ira y la cocina no la van.
Para terminar esta terapia con los
recuerdos de cada uno, los olores, la cocina de su casa, su Mamá luciéndose, la
mesa del comedor, las miradas…, dejo este listado de películas con escenas de cocina, son como un
oasis emocional, un neutralizador de malas energías: (http://www.verema.com/blog/blog-restaurantes/1069487-25-mejores-peliculas-cocina-gastronomia).
Espero que mis amigas Mamás, no
Mamás, cocineras asiduas y esporádicas no me castiguen con cerrarme sus cocinas
después de develar uno de sus secretos para ser tan especiales siempre.
Qué bonito...
ResponderBorrarGracias por leer el Blog y por tu comentario.
BorrarGracias por traer a mi cabeza recuerdos de mi niñez con experiencias parecidas a las suyas.
ResponderBorrarMuchas gracias por tu comentario, qué agradable aportar a ese viaje al pasado.
BorrarEl artículo me devolvió a los domingos en mi casa cuando Mi Mamá podía desplegar todo su arsenal culinario y mantenernos a todos con gran expectativa. Creo que un artículo que automáticamente ponga en nuestro paladar sabores de amor de nuestra infancia merece ser aplaudido !!!
ResponderBorrar¡Mil gracias por el aplauso! Pide que 'desempolven' recetas de esa época.
BorrarMe olió a mi casa, a mi familia, a la comida de mi abuela...
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