En una país como el nuestro
donde hay gente tan buena, noble y feliz, también existe, por donde se mire, un
‘volquetado’ de los perores ejemplos posibles para la vida.
En la vida pública nuestros ‘padres
de la patria’ sobradamente y con desafortunado éxito prosperan económicamente
entre prebendas, contratos, puestos, dádivas, cargos y recomendados. El país no
prospera de sus manos porque ellos sólo se las están cuidando.
Por mucho que algunas empresas
privadas se esfuercen, en sus pasillos todavía ronda el ‘cepillero’, en la
cultura organizacional moderna están esos que a todo el mundo le cae bien y
prosperan sin necesariamente ser brillantes y los mejores. En ciudades con alta
carga social, con arraigo conservador, oligarcas y latifundistas, ‘la gente de
bien’ como ellos mismos se llaman, prefieren trabajar con los suyos. En esos
momentos los incipientes esfuerzos por hacer procesos de selección con
inclusión y libres de sesgos mueren; dejando una delgada línea de diferencia entre
la meritocracia pública y privada para obtener un puesto, una oportunidad.
En los pueblos, la selección
es natural, con la industria tan concentrada en las grandes capitales queda
poco por hacer: ser político, independiente (para que después me extorsionen y
me quiten lo que consigo con esfuerzo), empleado de salario mínimo, emprendedor
-¿y eso qué es?-, preguntará nuestra masa emprendedora pueblerina. ¿Estudiar?,
claro, estudiar para después ver lo que pasa en la capital cuando se presente a
los trabajos públicos y privados. También está la opción de traquetear, de ser
policía, de extorsionar para que no me extorsionen, hacer deporte y luchar por
un cupo en la capital del departamento y ser beneficiado por Coldeportes.
En fin, podemos seguir con
esta sesgada y melancólica baraja de posibilidades que se me ocurren por el
momento para nuestros jóvenes, seguramente ojos más positivos me dirán otra
cosa. Sólo hago una pregunta, ¿qué tanto de lo que me dirán nos acercan al
primer mundo?
¿A qué viene esto? Viene a
que en este país no hay acueducto en unos barrios de la ciudad porque los
pobres se necesitan para las elecciones, para deber favores, porque esos
colombianos en puestos importantes no han querido tomar la decisión de invertir
igualitariamente en todos los estratos. Viene a que no creemos en la policía y
por eso cada día es mejor ‘solucionar’ las cosas a nuestro modo. Viene a que
creemos menos en la justicia, además de que ésta es para los de ruana.
Por esto y más propongo para
un mejor país en el futuro la Cátedra Pékerman. Un equipo interdisciplinario de
sociólogos, antropólogos, psicólogos, comunicadores sociales, pedagogos y todos
los demás ‘ogos’ que hagan falta, deben reunirse ya a construirla para que sea
obligatoria en Colegios y Universidades, como lo era la clase de Constitución
Política del 91.
Nada en los últimos años ha
movido e identificado tanto al país como ese grupo, un nacionalismo y un
orgullo que hasta los más escépticos en su amargura no lograron contener, hasta
convertirse en una hilaridad desbordante con la esperanza dulce de un mejor
futuro.
Mientras estas nuevas
generaciones llegan al poder, debemos darles armas para que actúen a
conciencia, con la certeza que siempre hay una mejor manera de hacer las cosas,
que el esfuerzo tiene resultados, que el crimen no paga, y que tienen el ejemplo
de esos ídolos populares: los futbolistas. Seguro eso nos servirá para pasar el
puente y un día de estos admirar igual al Doctor Llinás.
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