lunes, 25 de abril de 2016

Confesión.

La semana que terminó revivió algo en mí que normalmente evado. Me cuesta pensarlo y no tengo la suficiente sangre fría para siquiera imaginármelo.
Un amigo, un hermano de la vida, uno de mis más cercanos compañeros de la niñez, tuvo que despedir a su Hermana. Seguramente un descanso para su Familia, después de demostraciones coherentes con la persona que fue: vital, hermosa, positiva, de esas personas lindas que uno se puede encontrar. Y milagrosamente su vida se extendió una y otra vez contra cualquier pronóstico, tiempo en el que he creído siempre que sirve para prepararse y asimilar la situación, que he considerado apropiado para uno prepararse, rogando que no hayan eternas agonías.
Pero una pérdida es una pérdida, así Maturana diga lo contrario. Muchos recuerdos con esta Familia que también fue mi Familia, con esas Hermanas que fueron mis Hermanas, con ese Amigo querido, compañero de tantas tardes juntos pateando un balón, compartiendo vacaciones con nuestros Padres, mis tíos, primos y abuelos, por el que conocí íconos como La Mochila Azul o a Michael Jackson, con el que vimos asombrados en su casa cómo se tomaban el Palacio de Justicia, el que casi me mata de un susto cuando en quinto de primaria quedo conmocionado por un cabezazo jugando microfútbol.

Esta situación tan cercana, ha revivido una de las pocas cosas para las que sé que no estoy preparado en esta vida: la muerte de mis hermanos.
En algún momento de su vida la salud frágil de mi Mamá, generó en mí, hacerme a la idea de que cualquier cosa podía pasar algún día con Ella. Entonces armaba todos unos melodramas en mi cabeza pensando en qué haría si a mi Papá, se le ocurriera la estúpida idea de reemplazarla. Cosa que nunca sucedió porque mi Madre se estabilizó y el que años después dejaría este mundo fue mi Padre. Pero esa inducción y preparación al dolor, a la pérdida, me sirvió para entender que la gente que quieres, en cualquier momento se va. 
Mi Abuela y una Tía no avisaron, eso es aterrador. Como deben ser las muertes violentas, esas de estar en el lugar y momento equivocados sólo por segundos, que cambian totalmente el destino de familias enteras, dándole una connotación quijotesca a la palabra futuro.

Cuando decidimos tener Hijas (fueron hijas), me hice a la idea de que cualquier cosa podía pasar, amortigüé de alguna u otra manera por adelantado las ‘sorpresitas’ que manda la vida. Y siempre me repito que los hijos son prestados, por lo cual trato de vivir el momento a plenitud.
¿La pareja? Debe ser horrible, aunque cuántas no están muertas en vida por darle paso a la rutina, u obligarse a entender que ‘nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde’. Aunque si además de pareja es la amiga…, pues será la mejor hermana de la vida.
Los viejos, pues viejos están; aunque si nos pusiéramos muy analíticos, encontraremos que hay jóvenes con mentalidad de viejos. Por lo cual, remitámonos únicamente a edad avanzada con deterioro natural del cuerpo.

Pero los Hermanos no logro clasificarlos en nada de esto. Veo además, cómo se quieren mis hijas y ayudan menos a entender que eso algún día deberá pasar. 
Me cuesta asimilar y pensar en un mundo sin Ellos, es como perder parte de la historia, de la esencia más íntima de uno mismo. Así los vea y hablemos poco, son para mí como esas figuras mitológicas de la piedra de la sabiduría, del árbol de la vida, los grandes chamanes que me unen a mis antepasados, a mi propia esencia, llenos de secretos y silencios cómplices de juegos inocentes de niños, y de confesiones de adultos.
No me veo ni me imagino en su funeral, además que para colmo de males, detesto el ritual al muerto. Ni en el de ellos, ni en el de ninguno de los muy pocos hermanos que me ha dado la vida, porque nadie dijo que los hermanos son prestados, tampoco pueden morirse de viejos porque yo soy mayor o contemporáneo, y porque por más que piten y pongan sirenas avisando su próxima partida, el recuerdo siempre será más fuerte que el presente.
   


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