Ya sabemos que hay varias formas de ver un vaso, tan
relativas como la verdad, depende de quien lo mire y quien narre los hechos.
Pero la verdad es una sola, así en estos tiempos
incoherentes de ‘peace and love’ mediático estemos casi obligados a ser
positivos, felices, agradecidos y lindos, porque de lo contrario estás jodido.
Y hago relación a la verdad porque ayer leí que 3500
personas estuvieron marchando en Medellín por la vida. Yo estuve ahí y no me di
cuenta a qué hora me contaron, ni a mi hija Valentina que seguramente poco se
veía con su escaso metro de estatura. Puede que sí hayamos sido tantos, aunque
no lo creo, creo que es una cifra con ojos de ‘vaso medio lleno’, de ‘maluco
también es bueno’, de ‘no le hace’, de vergüenza.
Porque es penoso que en una ciudad colmada de mafias,
que mantiene amenazados a buena cantidad de sus emprendedores e innovadores
habitantes so pena de ‘pasarlos al papayo’ por cualquier vía violenta si no
pagan las extorsiones en dinero, si no desocupan locales que otros quieren,
etc., no haya habido una participación masiva en la llamada ‘Marcha por la
vida’.
La politización de la misma desafortunadamente hizo
desperdiciar una de las pocas formas de manifestarnos, de manera pacífica y
simbólica, que tenemos los ciudadanos. Pues en Colombia escasea ese instrumento
de presión social porque el problema siempre es de los otros, los muertos
siempre son de otros y mientras no me toque la realidad no me muevo. En Francia
por ejemplo hubo unas sentidas marchas después del asesinato de los
caricaturistas y periodistas de la publicación Charlie Hebdo, pasos que
buscaban dejar la huella de sus principios y lema como República y sociedad: ‘Liberté, égalité, fraternité’.
Marchar pues, no es cosa de loquitos, barbudos,
enchancletados, sindicalistas o minorías. Marchar con respeto es un derecho, es
una voz que acentúa un mensaje pisada tras pisada.
Como lo hicieron (yo estaba trabajando, salí a su
paso y agité el pañuelo) muchos Colombianos el lunes 4 de febrero del 2008, una
convocatoria con la consigna ‘No más FARC’. O como lo hicimos el 20 de julio
del mismo año con el lema ‘Marcha por la paz’. En ambas estuve en Medellín y
puedo decir con conocimiento de causa que lo de ayer, en participación, no se
les acercó ni a los talones. En lo impactante sí: duele ver y ponerse en la
situación de personas y familias que gritaban para que les devolvieran sus
seres queridos desaparecidos, o proclamaban el nombre de su más reciente muerto
de manera violenta. Este país da escalofrío apenas uno medio se sale de su zona
de confort.
Finalmente cada cual camina por lo que mejor le
parezca, pero qué sorprendente es entender que mucho de lo que se está diciendo
y haciendo hoy no es por convicción, si no por apoyar o estar en contra de
alguien. Acabar la violencia, la guerra, vivir en paz o respetar la vida son
principios de una sociedad que se proclama occidental y culta (lo culto en su
sentido más extenso y genérico posible para que no nos creamos mucho), cómo se
nos ocurre endosárselos a unos apellidos de políticos, cáigannos bien o mal,
eso es una barbaridad. Porque entonces estamos cerca de firmar en piedra que
nuestra sociedad mafiosa sólo acepta y sigue lo que su capo le diga,
independiente de qué sea, bueno o malo; eso que nos separa de algunos animales,
el albedrio, lo estamos perdiendo. Nos estamos convirtiendo en vaquitas que
pastan y se acomodan donde algún otro buen o mal pastor los lleve. En palabras
mías: ¡nos idiotizamos!
Si no me echo entender le pongo este ejemplo: ¿recuerda
el matoncito o malosa del salón, a los que unos cuantos seguían de manera ciega
e incondicional como si fueran lacayos encadenados? Bueno, así está esto. No camino porque esa marcha es paga, no marcho porque esa manifestación es de fulano, o para fulano, no
marcho porque odio a ese ‘hijo d...’, sobre todo no lo hago porque escuché a un ‘x’
decir tales cosas… Todo tan subjetivo como el vaso, como la verdad…
Tan preocupados que vivimos ahora por el ‘bulling’ y
se desperdició una oportunidad maravillosa de sensibilizar a nuestros niños,
nuestro futuro, para que corten este lastre de violencia e intolerancia que nos
hace uno de los países más violentos del mundo, así excluyamos la violencia por
la guerra.
Y alguien masoquista que estará leyendo este
manifiesto mamerto (porque esto no es un artículo de opinión en un blog que
nadie lee, esto tiene tintes castrochavistas), dirá: pues qué le importa si
caminamos o no, Usted lo hizo y ya, ¡felicitaciones! Y le responderé: me
preocupa que la intolerancia y la violencia puedan acabar con mi paternal deseo
de longevidad para estar más tiempo con mis hijas. Entre más nos sintonicemos a
querer morir de viejos, seguramente más viviremos y dejaremos vivir con
respeto.
Una ciudad y un país violento, machista, por momentos
cavernícola y ahora extremadamente polarizado, debería salir a marchar de vez
en cuando, compartir con esos otros que ponen los muertos y desaparecidos, esos
que no tienen salud, ni derecho a la justicia en nuestro colonial Estado, de
pronto así se pueden detectar necesidades para nuevas aplicaciones y negocios
innovadores, y de paso recibir el sol, recordar que la vida es bella, sagrada,
y que se hace “camino al andar”.
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