Ahora resulta que en un país donde
difícilmente se puede ser efectivo en un intento de ubicación geo espacial, con
las palabras derecha e izquierda, son las palabras preferidas para señalar todo
lo desconocido, lo extraño, lo sospechoso, lo opuesto, lo que no nos gusta.
¿Ha escuchado Usted esta belleza de
nuestra idiosincrasia?: ‘la otra derecha’, o, ‘la otra izquierda’. ¿O no ha
estado a punto de quedar como caricatura contra la ventana del taxi, cuando el
conductor debe corregir salvajemente el rumbo debido a que alguno de los dos -o los dos- no
sabe cuál es la izquierda o la derecha?
Mientras se lucha tanto en contra del
llamado ‘matoneo’ o ‘bullyng’,
cualquiera, sin sonrojarse, sea un ‘buen muchacho’ o un ‘cafre’, utiliza esa
dos palabritas para estigmatizar al otro. También, las hay más agresivas y con
connotaciones históricas, de modo tiempo y lugar como: paraco, mamerto,
fascista, comunista, Uribe, Santos, etc.
Nada más ridículo, porque si la mayoría
no sabe en qué mano quedan, mucho menos lo que representan ideológicamente
cuando son asociadas a partidos políticos. Absurdo además en un país donde no
hay partidos políticos, si no hordas de rémoras hambrientas de torta
burocrática y contratos. Es decir, si no hay partidos, difícilmente puede haber
ideología, y la mano que escoja puede representar, de todo, menos lo que se
cree o se espera.
Entonces se ha caído en el lugar común
de los estereotipos, y aunque puede que mi vida sea poco interesante, según el
contexto vivido, he sido burgués aventajado, facho recalcitrante, comunista hijo de puta, eso sí, me he salvado del mamerto y guerrillero hijo de mala madre por poco. He sido rico, muy rico, y he
sido pobre, arrancado. Porque tener un poco más de educación puede ser
sospechoso, porque no hablar de dentre pa’ dentro y sírvame otro guaro
hijueputa, te vuelve casi patrullero infiltrado de la policía en algunas grupos
o comunidades; y nada tan sospechoso, mamerto e izquierdoso, como estudiar en
la Universidad Pública y te dejes la barba, así manejes bien los cubiertos,
trabajes en una multinacional, y no salgas pa’ fuera.
No te escapas ni con los colegas, porque
el empírico o el que estudia de noche es hecho a pulso, como el vendedor de
mangos, cáscara a cáscara. Vos, el estudiado, naciste siendo árbol; pregunto, ¿cuántos
árboles fueron un rastrojo desechado antes de enraizarse?
No se trata de un discernimiento social,
no, porque cada uno ve el mundo desde sus cóncavos o convexos lentes, cada uno
administra su miopía o su astigmatismo con los elementos culturales y
educativos que tiene. Otros teniendo todos esos elementos, lo alimentan desde
sus experiencias. Es por eso que los barbudos de hace 40 años, rebeldes,
drogos, espíritus libres como pocos, perseguidos estudiantes de los 70’s, que
hoy están en los sesenta y pico, son los que más en los extremos están. Algunos
arrepentidos, otros firmes en sus convicciones. Totalmente respetable, así sean
totalmente incoherentes.
Los estereotipos son generalmente tan
distantes a la verdad, tan desconocedores de la realidad del individuo, que
terminan siendo absurdamente risibles o salvajemente crueles; estúpidamente
repetidos, como si de animales de circo se tratase, no del ser más evolucionado
y dizque pensante.
Es por esto que asombra cómo tan
fácilmente, unos y otros, le deseen la muerte más trágica a su contradictor, no
importa si cae por estribor o babor, aterrizando y quedando tendido sobre su
diestra o siniestra.
Antes de calificar la lateralidad de las
posiciones filosóficas y políticas de alguien, yo sí recomendaría que por lo
menos las entienda, y si es un docto en la materia, recuerde que en el Universo
hay un concepto que nos libra del caos, se llama equilibrio. Pero si insiste en
su odio, seguramente inyectado de manera epidural, le recomiendo muy bien que
piense bien antes de hacer este ejercicio: quítese la mano que más detesta.
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